El Mojito Man
Atardece en Cala Saona. Formentera
Aquí el color del agua se escapa de la gama de azul. Ya sabes tú que los azules de Formentera no están en la paleta. Son colores limpios, imposibles.
De hecho casi todo es imposible por estos lares.
Estaba sentado en el balcón de proa del velero, listo para imaginarte, cuando aparece una figura de neopreno negro coronada de tirabuzones rubios. Iba braceando sobre una tabla de surf con una gran mochila en la espalda. Mira el tío a los ojos, planta una sonrisa espectacular y dice:
— ¡Che! ¿Querés un mojito?
En un primer reflejo creo que fue Alba quien contestó:
— ¡No, gracias!
El rubiales no dejó de sonreír, viró la tabla con cadencia porteña arrumbando hacia otro barco. Pero Alba rectificó a tiempo:
— ¡Oliver! ¿Te apetece un mojito?
— ¡Pues Claro! —Contestó Oliver
— ¡Oye! ¿Cómo te llamas?
—Me shamo Ariel
— ¿Y Cuánto valen, Ariel?
Y el «Mojito Man» soltó:
—Por diez Euros te hago el mejor mojito que podés tomar en Formentera; Con fresas, sin fresas, con alcohol, sin alcohol… ¡Como preferís!
El resto de la tripulación del velero, al principio incrédula, se fue abonando a la idea.
— ¡Venga, ponnos 10 mojitos!
Sus ojos brillaron chispeantes, también azules, miméticos con la Saona. De un salto desde la tabla se sentó en la popa, abrió la mochila y empezó a sacar todo arte de productos para elaborar el pedido, mientras nos contaba que en Invierno era monitor de esquí en Andorra y en verano prefería esta suerte de comercio a seguir con los pies húmedos en Bariloche.
Contentísimo de haber levantado cien Euros en diez minutos, hizo unas cuantas reverencias (un poco excesivas, como todo lo argentino) y se fue braceando en su tabla hacia unas rocas donde presumí que tenía escondido el «almacén» para reponer lo gastado.
Y me tomé el mejor mojito de Formentera. Esta vez sin ti.